Abandonos

No seré ni la primera ni la última mujer a la que el marido abandona tras veinte años de casada. Tampoco seré la primera ni la última mujer que el marido abandona por otra veinte años más joven. Ni tampoco seré ni la primera ni la última cuya maternidad se ve truncada por este desgarrador divorcio.

Y es que una, la verdad, en estos casos, no se entera de nada. Yo no sé qué tipo de mecanismos neuronales deben actuar en el cerebro, pero una no se entera hasta que la cosa está hecha, hasta que un frío glaciar te recorre todo el cuerpo cuando oyes las palabras «sí, me he enamorado de la chica de prácticas». Todavía las sigo oyendo en mi interior. Y ese frío en todo el cuerpo.

Han pasado dos años, dos años y pico desde aquello. Y sin embargo en mi memoria está muy vivo. Sobre todo porque parece que aún esté navegando en un barco sin timón, porque parece y me da la sensación que aún sigo a la deriva y que realmente no he sabido reorganizar mi vida. Si he de decir la verdad, la vida parece que se me rompa en mil pedazos cada día. Y yo cada noche intento reconstruirla una y otra vez. Y una y otra vez a la mañana siguiente se me rompe entre las manos.

He llorado una y otra vez, he sentido ese dolor punzante que sólo un alma desgarrada puede llegar a sentir. Y creía, me parecía, que había desaparecido, que había recompuesto algo mi vida. Sin embargo no he podido sacar el dolor de ella.

Me tambaleo una y otra vez. Me caigo constantemente. Y no acierto dónde está la llave que me libere de esta pesadilla que nunca termina. La busco. Con desesperación y a oscuras. La busco aquí, allí y por el otro lado. La busco cada minuto y cada segundo de mi existencia. Pero cuando creo que ya la tengo, otro desengaño viene a mí. Otro llanto callado y ahogado.

Y lucho conmigo misma para buscar y encontrarla en los más recónditos parajes de mi ser. Es todo demasiado burdo y absurdo. Es todo demasiado doloroso. Nunca acaba este dolor y llevo tantos y tantos años sufriendo que parece que me he marchitado sin nunca haber florecido.

el Síndrome del «Giri borracho»

Toda la vida he vivido en la costa. Primero en Calella y después en Blanes, primer pueblo de la Costa Brava. Así que el turismo ha sido un hecho que he vivido desde mi más tierna infancia. Y para ser sinceros, nunca lo había entendido. No entendía estos giris borrachos, con un panzón que no veas y bebiendo cerveza hasta caer rendidos.

Sin embargo, desde hace dos años que vivo en Austria y ahora lo comprendo.

En primer lugar, cuando vienen a visitar tierras españolas, el precio, para que engañarnos, es mucho más económico: aquí una cerveza te vale entre 4 y 5 euros en cualquier bar. En la «casa del Jamón», en Madrid, me he bebido una cañita por 90 céntimos. Y más o menos, puedes encontrar lo mismo en la Costa Brava. Así que hecha cuentas: el resultado es una cerveza detrás de otra por prácticamente nada de dinero.

En segundo lugar, para los «giris» todo son «snaps». Ellos están acostumbrados a beber cerveza, pero todo lo demás: whisky, vodka, ginebra y un largo etc, es decir, todo este tipo de bebidas que los españoles estamos tan acostumbrados como un cubata o un gintonic, ellos prácticamente no los beben. Estoy hablando de Austria. Para ellos hay tres tipos de bebidas alcoholicas: cerveza, vino y snaps (aquí entra todo tipo de alcohol que no sea cerveza o vino), pero realmente no están acostumbrados a beber a no ser que sea vino o cerveza. Los snaps los beben en vasitos pequeños, lo que en España diríamos chupitos. Y punto. Ah, sí, se me olvidaba, también beben el seckt, que es una especie de cava o vino espumoso. Pero nada, una copita, no más. Así que cuando vienen a nuestras tierras y empiezan a meterse en el cuerpo cubatas y demás, los pobres, realmente, no entienden nada de nada. Y al ser alcohol con muchos más grados, ya podemos suponer el resultado: borrachera tras borrachera.

Otra cuestión que nunca había entendido era cómo podían asarse cómo gambas. Ahora también lo comprendo. El sol, realmente es de otro tipo. Aquí se ponen una crema solar y tardan días y días en coger un poco de color. En España yo me he puesto morenita en una sola mañana. Además en España hay mucha más luz: más intensidad pero además más horas de sol. Aquí se vive en la más absoluta indigencia solar: es un día feliz si el sol sale entre tres y cuatro horas al día, porque lo normal es que no veas ni el sol ni el cielo azul en meses. Y esto afecta. Además hace un frío que pela, con las nevadas y demás inclemencias, por lo que normalmente no acostumbra a hacerse demasiada vida en la calle. A no ser que sea verano y entonces la gente sale en manadas.

Pero realmente la gente a aprendido a vivir: salen con nieve, niebla y con este tiempo que para los mediterráneos serían una condiciones cómo para no salir de casa en todo el día. Y que conste, que he visto desde críos de meses en el cochecito y nevando, hasta abuelitas octogenarias con la bicicleta. Lo cual, yo a mi edad, me acojono sólo de pensar en la mezcla nieve, hielo, bicicleta. Pero la octogenaria, que ha vivido toda la vida en el país, lo cierto es que no encuentra a faltar nada de nada.

Eso sí, tampoco son demasiado normales los casos así. Lo normal es que o la gente se tenga que quedar en casa con un depresión alucinante (sí, realmente medio país se emborracha también para poder «sobrevivir») o que salgan a hacer pequeñas compras para estar entretenido todo el santo día: un yogurt, un pote de leche, un lápiz. Lo que sea, pero salir: nieve, llueva o haga el tiempo que haga, porque pasarse 24 horas en casa lo cierto es que es durillo.

Para acabar de rematarlo aquí un café de media, en todos los bars y cafeterías te cuesta unos tres eurillos. A no ser que vayas al Mcdonals que entonces el precio se reduce a uno. Con estos precios, la cosa no está para irse a desayunar cada día fuera y leerte la prensa. Cómo mucho es un rollo que te puedes plantear una vez a la semana o al mes, según la economía.

Eso sí, aquí se vive, al menos donde vivo yo, mucho más cerca de la naturaleza. Le neura constructora que se ha cargado parte del paisaje español, aquí nunca se ha dado. Así que todavía se disfruta de naturaleza en estado puro aunque también mucho más peligrosa que el mediterráneo con sus medusitas. Aquí te puedes pelear con una avispa, y esta no para hasta que no te ha picado. Lo sé por experiencia propia… en fin, que ahora, tras dos años de estar fuera de España, entiendo el porque de muchas más cosas. Otro día hablaremos del famoso Kitsch, aquí tan normal… y de la libertad sexual, que aquí, realmente, es otra cosa.

Depresión

Lo peor de la depresión es que llega un día. Un día cualquiera. Y no te avisa. De pronto te encuentras sin fuerzas, ya nada tiene sentido y todo se rompe en mil pedazos.

Una apatía inmensa te recorre por dentro y te ves incapaz de hacer las cosas más mínimas. Todo se transforma en un gran esfuerzo. Vivir ya no se da por sí mismo a no ser que una le ponga ganas. Y lo cierto es que hay ganas de todo menos de vivir.

No encuentras la salida a este túnel tan oscuro y tan largo. Sólo ganas de llorar, cómo mucho. Ganas de llorar y la cabeza abotonada. Lo peor, al menos para mí, es el pasado. Cuando pienso en él, siempre una tristeza y enorme añoranza que me devora me destruyen totalmente. Era tan feliz en el pasado !!! Mi alegría estaba a flor de piel y en cambio ahora, la vejez y el cansancio llenan mi alma.

¿Cómo salir de ello? No quiero llenarme de pastillas y píldoras para el olvido. No quiero. Me niego, y sin embargo qué difícil y horrible es pasar los días, siempre iguales, monótonos y aburridos. Con este letargo y esta desmotivación por todo. Con este esfuerzo diario por vivir, por comer, por acicalarse mínimamente. El sol no sale en mi vida. Me he hundido cómo lo hacen los viejos barcos.

Fue todo gradual, poquito a poco. Sin darme cuenta. Y a la que me di cuenta ya estaba metida de lleno en esta telaraña que no me deja respirar. Me ahogo, todo se torna oscuro, todo lo veo oscuro y me pregunto porqué.

Lo perdí todo, cierto es. Y hasta cierto punto esto es realmente demoledor. Pero después de dos años parece que todo ha salido de repente. Todo el miedo, la indefensión, el terror, la pérdida. El sentirse perdida cómo una niña.

Luchar

Hace tanto que lucho que al final las manos me sangran. El corazón está desamparado y la fría realidad se me sube por el cuerpo como enredadera maligna.

Hace tanto que lucho en esta vida que parece que vaya a caer de un momento a otro. Rota en pedazos, como siempre estuve.

Hace tanto que lucho en esta vida que tantas batallas hacen envejecer a una. Envejecer por dentro de tanto y tanto dolor.

Hace tanto que lucho en esta vida, hace tanto, que no recuerdo un día sin luchar, sin caerme, sin levantarme. Una y otra vez, hasta que las manos sangran, la cabeza aturdida cae a un lado y el corazón se hunde.

Hace tanto que lucho en esta vida que he decidido no luchar más.

Emigrar

Emigrar no es fácil. Significa en muchos casos dejar a los que tienes a tu lado y marchar. Sólo o sola enfrentándote a una cultura totalmente distinta a la tuya.

Y si bien en un principio puede ser muy atrayente y incluso, una aventura divertida, si no se habla bien el idioma acaba siendo un infierno. Porqué emigrar? Hay muchas razones, pero la principal es una vez más la economía. España se ha convertido en una huída de cerebros. Gente con licenciaturas, máster y doctorados que ahora se ven perdidos y desperdigados por una Europa cada vez más problemática si no se tiene trabajo.

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En otro casos la emigración pasa por la pareja. A él, generalmente, le ofrecen un buen trabajo y ella se las ve y se las desea por encontrar uno. La realidad es cruda: si no hablas el idioma sólo podrás limpiar, por mucho doctorado y licenciatura y máster. Eso da igual. La realidad es mucho más dura. La realidad es que no se puede ni leer un periódico, dependiendo del sitio dónde hayas emigrado. No se puede leer porque básicamente te conviertes en un analfabeto en ese país en el que no dominas la lengua.

Yo cómo tantos españoles he tenido que emigrar. No por gusto. Sino porque no quedaba otra. En España el trabajo era imposible. Y la esperanza siempre te acompaña. Siempre te acompaña hasta que se rompe y se transforma en la dura realidad. Entonces ya no eres ni de un sitio ni de otro: has hecho lazos en esta tierra, tienes pendientes los de la tuya…

Es difícil y complejo. Es aturdidor y triste. Muy triste, infinitamente triste. Pero que le vamos a hacer. Son tiempos en los que nos toca vivir. Tiempos que hubiesemos deseado fueran otros. Pero no hay más. O no tener trabajo, o buscarse la vida en búsqueda de ilusión. Ilusión que tantas y tantas veces se rompe en el camino. Un camino que no lleva, en realidad a ninguna parte. Que le vamos a hacer…

 

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Fumar

Empecé a fumar cuando el dolor se hizo tan insoportable que ya no podía más. Mi alma estaba resquebrazada en un montón de pedazos. Había perdido aquello que más quería y el pasado, los recuerdos del pasado eran realmente punzantes. Entonces recordé a Kübler Ross cuando explicaba que se le había quemado la casa y se había sentado en la pequeña cabaña fumando unos cigarrillos. Esta era la esperanza. Poder ser capaz de asumir el dolor del pasado, los recuerdos del pasado, toda una vida pasada y que ya no volvería a recuperar nunca más. Y mi manera de hacerlo, de sobreponerme, fue a través del cigarrillo.

Cómo si el fumar fuera a arreglarme algo. Pero podía haber sido mucho peor. Podía haber tirado por el alcohol. Tantas personas que se ven inmersas en el mundo del alcohol, como mi padre, y que nunca comprendí. Nunca comprendí hasta ahora. Hasta que el dolor de la pérdida llegó a un punto insostenible al reconocerlo.

Se me olvida, se me olvida que he vivido una vida antes. Se me olvida que nada me asegura una economía, una seguridad, un bienestar. Se me olvida que por mucho que haya sufrido, puedo seguir haciéndolo.

Pero he adelantado algunos pasos. Ahora puedo recordar el pasado sin romperme por dentro. Claro que no ha sido fácil este proceso y ha llevado su tiempo. Largo, demasiado largo para mí. Pero para mí, todo me parece demasiado largo. En fin.

Empecé, pues, cómo aquel que no quiere la cosa, para poder asumir un pasado. Luego el presente, los problemas económicos me ahogaban. Lo peor de todo es que no me gusta y me ahogo. Me estoy metiendo esta porquería en los pulmones y no me reconforta para nada. Pero sigue habiendo esa ansiedad, esa tristeza y desesperación de fondo, que a no ser que me sincere conmigo misma, nunca cesará. Es por todo ello que he empezado a perder la visión. Ya lo veo todo oscuro, a todo le falta luz. Ya ha pasado el tiempo en el que yo estaba aquí, cómo de turista. El europeo ya no es tan fantástico y los problemas vuelven a mí. Y no sé cómo hacer frente a ellos. Supongo que siempre estuvieron aquí. Y con el tabaco intenté sobreponerme con todas mis fuerzas.

Supongo que sólo pido algo de paz interior, algo de tranquilidad, algo que no me produzca esta agonía en todos los sentidos. Tanto la económica como la espiritual. Aceptar ser analfabeta en una tierra extraña. Aceptar tener un poco más de paciencia por algo que me lleva a la agonía. Aceptar una y otra vez lo inaceptable. Pero no seré la primera ni la última. Y de hecho tampoco es tan inaceptable lo mío. Es simplemente horrible para mí.

Pero ahora que me acuerdo no sólo fue mi propio dolor. Bueno, sí que era mi propio dolor, pero me acuerdo como mi hermana perdió también a los suyos. Ellos se le murieron. Y yo me rompí una y otra vez por dentro. Primero fue Jacky. Me acuerdo que llamé a mi hermana y ella justo lo llevaba en un carro de la compra, muerto, al veterinario. Fue desgarrador.

Luego su pequeña. También murió. Y ya no sentí nada. No podía sentir nada porque ya había renunciado sentir de tanto dolor que mata por dentro. Así que empecé a fumar para intentar lidiar con tanta pérdida, tanto dolor, tanta desesperación. Sin dinero, sin futuro, sin nada de nada.

Él se lo quedó todo. Y a mi me dejó nada. Además con la crueldad para sentirse bien, de que en cualquier momento podría volver a buscarlos. Mentira. Todo terribles y horribles mentiras, una y otra vez. Mentiras que yo me creía y que me dejaron muerta. Ahora pierdo la vista. Una consecuencia de sufrir tanto. Podría haber ido por cualquier parta, y a mí me ha tocado esta. Lo veo todo oscuro y siempre me está faltando luz. Vivir entre tinieblas. Quién puede acusarme de fumar? Yo misma. Sólo yo misma, con mi historia que realmente tampoco, tiene tanta importancia. Sólo para mí.

París (de Rafael Alberti)

«Me despierto
París.
¿Es que vivo,
es que he muerto?
¿es que definitivamente he muerto?
Mais non…
C’est la police.Mais oui, monsieur.
—Mais non…
(Es la Francia de Daladier,
la de monsieur Bonnet,
la que recibe a Lequerica,
la Francia de la Liberté.

¡Qué dolor, qué dolor allá lejos!
Yo tenía un fusil, yo tenía
por gloria un batallón de infantería,
por casa una trinchera. (…)

¿Es que llegamos al final del fin
o que algo nuevo comienza?

—Un café crème, garçon.
Avez-vous “Ce Soir”.
Es la vida de la emigración
y un gran trabajo cultural.

Minuit.

Porte de Charenton o Porte de la Chapelle.
Un hotel.
París.
Cerrar los ojos y…
Qui est-ce?
C’est la police.»

 

Joderse o estar jodido

Sí, señores, porque la diferencia es mucha. Y es que mientras joderse es cuando uno se jode a sí mismo, estar jodido es cuando ya se ha realizado la acción y uno está que no se aguanta. Me dirán de dónde saco estas diferencias. Pues de la vida misma.

Que no, que no es lo mismo. Mientras sucede la primera acción verbal, uno se machaca a sí mismo con pensamientos ingratos y desagradables. Lo segundo viene sin avisar. La vida misma lo trae. Así cómo habrán deducido, la mayor parte del tiempo la pasamos con la primera acción verbal, mientras que la segunda nos llega de vez en cuando. Eso sí, cuando llega te enteras porque te desgarra por dentro y te mueres de dolor, del tipo que sea, generalmente emocional.

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Y es que si no hubiera bastante con el segundo estado, nos pasamos media vida accionando el primero: cuantas veces nos machacamos por historias que han pasado, por lo que deberíamos haber hecho, estudiado, trabajado… y no hemos hecho. Por escoger un camino que ahora se nos presenta estrecho y oscuro cuando al principio parecía ser nuestra salvación. Lo que nunca nos han dicho es que si en el momento en que lo elegimos, lo hicimos así, fue porque por nuestra inteligencia, emocionalidad y todo nuestro ser, estábamos haciendo lo que realmente creíamos que era «mejor» para nosotros»

Y aquí viene una buena cuestión ¿qué es lo mejor o lo peor? Que el marido se vaya con otra, que es ¿mejor o peor? pues nunca se sabe. Joder, jode mucho en ese momento, pero después cuando todo se aclara con el paso del tiempo, casi es un favor que te han hecho de quitarte a tal elemento de encima. Que se lo quede otra !!!

Sin embargo lo que es peor sin duda alguna, es joderse a sí mismo con ese sentido de culpabilidad en los que todos tenemos tendencia a caer. Ese reproche eterno que puede ir dirigido hacia nosotros o hacia otros, sean padres (freudiano), sea el capullo de la escuela, sea el profesor de turno que nos puteó, sea quien sea. O seamos nosotros mismos.

Así que ya lo sabemos, bastante nos va a joder lo que vamos a encontrarnos en la vida, para que encima nos dediquemos a jodernos a nosotros mismos. Lo mejor de todo, es ser cómo un árbol o un animal, ellos no se preguntan ¿porque hice esto o aquello? Debería !!! No, siemplemente son. Por lo que tenemos una inmensa lección que aprender de todos ellos.

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Perdida

De repente me he despertado un día y todo había pasado. Después de mil noches de pesadillas, de sudores y de levantarme con los nervios de punta. Después de repetir una y mil veces los mismos sueños, me he levantado como si hubiera acabado de reencarnarme. Cómo por si por primera vez, yo fuese yo. Yo existo.

Es una sensación extraña, cómo medio ebria y que no logro entender. La cabeza da vueltas una y otra vez. Se marea y asusta sola.

Pero dentro de mí unas ganas de levantarme y salir, de cosas nuevas, nuevos horizontes, nuevas metas, nuevo…. en cierta manera, podría decir “muchas gracias” y a la siguiente. ¿Cómo puedo ser tan fría?

Lo que ha cambiado es que yo ya no espero ser cómo Frida, ni pienso en ella para tomar fuerzas, sino que yo soy yo, y estoy escribiendo mi propia historia. La historia de mi vida.

Hubo un tiempo en el que yo traía las cosas del pasado, y en las que intentaba acoplarlas al presente. Después hubo un tiempo en el que estaba como congelada. Sin vomitar cuando tenía ganas. Después pasé otro tiempo vomitando todo lo que no había vomitado, mi cuerpo se soltó, y empecé a tener diarreas, tirarme pedos, mearme cada dos por tres. El cuerpo había aguantado más de un año y medio en estado de congelación después del shock. Pase todo este tiempo sacando una y otra vez traumas y dolor.

Ahora lloro, pero lloro de toda la tensión acumulada, de todo el miedo que he pasado y no he podido expresar, de toda la soledad. De todo el esfuerzo.

Es como si después de una gran hostia, empezara a sentir los dolores. Todo el dolor por no entender nada, por no entender qué decían, por esforzarme tanto, por toda la endoculturización, por toda la impotencia del trabajo. Por todo.

Por primera vez entiendo la máquina de café. Puede parecer una tontería, pero no sabéis lo que es sólo entender kafee, milch y capuccino. Y encima este último no me gustaba. No entiendes qué es: con leche o sin leche, qué es expresso o largo. No entiendes nada. Y satisfecha te sientes si al menos te sale café, sea o no con azúcar, y no un tee o otra bebida, que no sabes qué es ni en lo más remoto.

Pero hasta que no he aprendido a comprender, y hasta que no conocí a Ely, con la que compartimos historias, que no me he dado cuenta del esfuerzo titánico que he hecho. Ely se encuentra cómo yo. De una forma o otra. O al menos me hace de espejo para darme cuenta de esta soledad y este miedo profundo.

Ya no se trata de llorar por lo que he perdido. Sino que lloro por lo sola que me he sentido. Y me admira la fuerza de que por primera vez, cuando él me ha dicho que se va de excursión y a lo mejor se encuentra a la ex-novia, que mi pensamiento fuera: “pues bueno, si la vida me vuelve a traer lo mismo, si me dicen “adiós me he enamorado de otra”, yo me dejaré llevar hacia dónde haya de ir, a mi siguiente estación, a mi siguiente lugar”. Por que ahora, por primera vez, mi lugar está donde estoy yo. Y yo siempre estoy conmigo.

Empiezo a tener necesidades. Pero dios, que largo que ha sido.

Presente

Me levanté un día, y de repente, el pasado ya no estaba. Se había ido. Y no dolía. Fue a través de las miles de pesadillas que me hacían sudar y despertar en la noche, que el pasado había escapado.

Y el futuro no me asusta.

Que venga lo que haya de venir. Ya estoy aquí. Enterita. De una sola pieza. Esperándolo.